miércoles, 3 de junio de 2009

Lo que Ida dejó (o mejor dicho no se llevó)

Luego de 47 millones de años Ida decidió salir de su cráter y dar un paseo por Nueva York, su andar que cosechó elogios y críticas definitivamente no pasó desapercibido.
En La Gran Manzana decidió ingresar en el Museo Americano de Historia Natural, en donde el antropólogo noruego Jorn Hurum con quién había tenido un vínculo de dos años, frente a todas las cámaras le dijo que encontrarla había sido como encontrar el arca perdida. Michael Bloomberg, el alcalde neoyorquino, la consideró un avance sorprendente y le entregó las llaves de la ciudad. Para otras personas ubicadas en la sala su esqueleto no era ni mas ni menos que la octava maravilla.
Al salir del museo se cruzó con Jörg Habersetzer, un paleontólogo del Instituto Senckenberg de Frankfurt, quién le comentó que su presencia obligaría a los científicos a reescribir sus conocimientos sobre la evolución temprana de la especie de los primates.
En la calle cruzo a mirar una vidriera, en ella un televisor sintonizado en History Channel promocionaba un documental llamado “El Eslabón” que hablaría de ella en horario de máxima audiencia. También vio al divulgador sir David Attenborough comentar en el canal Sky News que el mismo Darwin se habría emocionado de haberla conocido, porque expresaba lo que el ser humano es y de dónde procede. Es evidente que se había convertido en una celebridad.
Con un poco de hambre, siguió su rumbo e ingreso a un restaurante en busca de frutas y semillas. Allí mientras comía, escuchó como un grupo de parroquianos estudiantes de diseño opinaban que Ida en realidad no existía y que no representaba nada para la humanidad. Le decían que era solo un conjunto restos fósiles sin ningún significado.
Un tanto cansada camino hacia su hotel y al pasar por un quiosco leyó un periódico que decía que las revistas Science y Nature preferían por el momento no opinar demasiado de ella, que apostaban al escepticismo y esperarían en definitiva el paso del impacto publicitario. Lejos de su yacimiento, era de noche y se durmió pensando en el vuelo que la llevaría a su próxima visita: la ciudad de Londres.

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