lunes, 23 de diciembre de 2013

Ensayos Escogidos: La rebeldía dopada

(Redactado en 2012)

No se trata solo de balas para los indígenas mexicanos del estado de Chiapas o gas pimienta para los indignados norteamericanos de Wall Street. Tampoco policías antidisturbios para los Víctor Choque o Teresa Rodríguez de la democracia argentina. La lucha contra la rebelión en este sistema se ejerce también de manera precoz y con sigilo. Sin la triste espectacularidad mediática, pero con igual brutalidad.

Es así como las promesas de cierta política de estado, la supuestas conveniencias de un tratado, la obediencia a una ley, la fe ciega en un precepto religioso, incluso el respeto al guardapolvo de un médico, pasan a constituir verdaderas herramientas de control social. Opresión con silente represión y ejemplos de a montones. Los pies descalzos y cansados de hombres y mujeres indígenas zapatistas, quienes antes de levantarse pisaron durante más de 500 años el fértil suelo chiapaneco, la oscuridad de la Ley de Punto Final sancionada durante los ochenta en Argentina, la demonización de la rebeldía -secundada por el temor al pecado- en el Nuevo Testamento, los rótulos del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.

Si, leyó bien. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. O si prefiere DSM, según sus siglas en inglés. Nada menos que la Biblia de la psiquiatría moderna. Consiste en un conjunto de enunciados descriptivos que en la actualidad se utilizan para definir si usted se encuentra en su sano juicio o por el contrario necesita la ayuda de algún profesional de la salud. La historia cuenta que la primera versión de este manual, redactado por la Asociación de Psiquiatría de los Estados Unidos, vio la luz en 1952. Desde entonces se mantuvo siempre vigente. En 2013 por estas pampas transitará ya la quinta versión.

Son alrededor de 36.000 los psiquiatras afiliados a la asociación en los Estados Unidos, pero millones los profesionales de la salud que en todo el mundo han adoptado al DSM como material diario de consulta. Su presencia hoy no se circunscribe al ámbito especializado de los consultorios de salud mental, también no es infrecuente de encontrar sus códigos en las historias clínicas de médicos generalistas y psicólogos que trabajan diariamente en centros de atención comunitaria.


Por si esto fuera poco, paulatinamente el DSM -herramienta de la biopolítica al fin- ha logrado también constituirse en juez de diversas cuestiones que exceden lo meramente sanitario. La inimputabilidad de una persona en una causa por algún delito descansa generalmente en sus hojas. También la declaración de incapacidad laboral de un trabajador y sus imprevisibles consecuencias.  


El poder psiquiátrico

A pesar de que seas rey, dejarás de serlo si estás loco y por más que estés loco no por eso serás un rey”, era la sentencia que según el filosofo francés Michel Foucault molestaba constantemente los oídos de Jorge III, soberano del Reino Unido durante el periodo comprendido entre 1760 y 1801. En su libro titulado “El Poder Psiquiátrico” Foucault afirmó que en esa frase “podía verse a la soberanía, a la vez enloquecida e invertida contra la disciplina macilenta".

El rey asistía entonces a una función que nunca hubiera querido presenciar, la de su propia caída. Su poder secular se encontraba ahora de rodillas frente a otro un tanto más discreto: el denominado poder disciplinario.
Dos de sus antiguos pajes, de una estatura hercúlea, quedan a cargo de atender sus necesidades y prestarle todos los servicios que su estado exige, pero también de convencerlo de que se encuentra bajo su entera dependencia y que de allí en más debe obedecerlos”, relató Foucault en otro pasaje de su libro. El poder disciplinario se ejercía en forma continua y temprana ante el mínimo atisbo de delirio del monarca. Sus servidores ya no se caracterizaban por actuar siempre en consonancia con la voluntad del rey, sino que por el contrario se encargaban de reprimirla cuando se expresaba por encima de sus necesidades, por encima de su estado.
Este verdadero estandarte de la realeza había sido colocado entonces entre paréntesis y aislado del exterior. Privado de la siempre asimétrica relación con sus súbditos. Cientos de personas que no individualizaba, pero que siempre lograba abarcar en multiplicidades. Ahora Jorge III se enfrentaba a un poder difuso y sin rostro. Concretamente a un poder psiquiátrico, que a diferencia del poder soberano tendía siempre a individualizar hacia su base. Según Foucault, la disciplina no buscaba ya solo la sustracción de productos sino que iba por más: nada menos que la captura total del tiempo, los gestos y el comportamiento del individuo.
Lo relatado acerca del rey caído en desgracia no es una simple anécdota. Constituye el hito fundacional de lo que luego se denominaría psiquiatría. Ocurrió a finales del siglo XVIII, época en la cual emergen y comienzan a organizarse algunos hospitales psiquiátricos en diversos países europeos. Foucault elige la historia de Jorge III, incluso por encima de otra considerada por muchos como más representativa. Específicamente la del médico francés Philippe Pinel y los enfermos mentales agradecidos y curados, luego de ser liberados de pesadas cadenas en las celdas del hospicio francés de Bicêtre. A esa última imagen la trata con desdén. Según el filósofo allí no se asistió a un acto humanitario, nada fue gratuito. Ocurrió solo una traslación desde un poder soberano, representado en este caso por las cadenas, hacia otro también de sujeción comandado por la obediencia y la disciplina.
El nuevo poder emergente procura desde entonces siempre actuar en forma continua y temprana. Como ocurrió en Bicêtre, con las personas liberadas perfectamente visibles y en situación permanente de ser observadas. Según Foucault, introducidas en un panóptico -un verdadero dispositivo disciplinario- hasta llegado el momento en que todo funcione por sí solo, la vigilancia tenga únicamente un carácter virtual y la disciplina adquiera por fin la categoría de hábito. 
El reparto de etiquetas
Aunque seas rey, dejarás de serlo si el DSM dice que estás loco. Pero sucede que si se sigue al pie de la letra la principal herramienta del poder psiquiátrico, pocos serán los que estén en condiciones de evitar ser catalogados como trastornados mentales. Algunas estadísticas afirman por ejemplo que uno de cada cuatro norteamericanos sufre de un problema mental diagnosticable por medio del manual.
Dicha inflación o sobrediagnóstico de los desordenes mentales entre otras cosas se ha debido a la progresiva incorporación de nuevas entidades durante cada actualización sufrida por el DSM. Para tener una aproximación a lo acontecido basta solo con reparar en los 119 trastornos incluidos en 1968 -en ocasión del lanzamiento del DSMII- y luego comparar esa cifra con los más de 300 del aún vigente DSMIV.
Para lograrlo el manual desde sus comienzos no ha hecho otra cosa que borronear el límite que separa a una conducta normal -y en cierta situación hasta esperable- de un trastorno mental. Es así entonces como por ejemplo un niño con mal comportamiento en el aula, bajo rendimiento escolar y poca motivación por aprender, luego de ser detectado por la maestra y derivado al psiquiatra, pasa rápidamente a padecer un Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad. Una etiqueta regalo de cortesía del DSMIV, y que por otra parte ya lucen nada menos que alrededor del 5 al 10 por ciento de los niños en edad escolar de todo el mundo.
¿Pero quiénes son los encargados de repartir esa y las otras mas de 300 etiquetas? La respuesta es un tanto compleja. Por un lado se podría afirmar que el responsable no es otro que un grupo de expertos convocados por la influyente asociación estadounidense de psiquiatras. No hay dudas que son ellos, por medio de su opinión y voto, los encargados finales de decidir cual es la etiqueta que se viste de gala y pasa a recorrer el mundo globalizado a bordo del último modelo del DSM. También podría argumentarse que los encargados del reparto son los profesionales de la salud, en la soledad de un consultorio y con matrícula habilitante.
Pero dicha verdadera imposición de sentido hoy es propinada por otro actor principal. Alguien difuso y sin rostro, como el que traumatizó al rey Jorge III. Un ente con el poder suficiente como para transformar a sus etiquetas en discursos universales. En definitiva, con la capacidad para construir la hegemonía que reina por estos días en la psiquiatría. Para que prolongar el suspenso, si la respuesta es previsible: el poder psiquiátrico ha sido desde hace un tiempo tomado por la industria farmacéutica.


Intencionalidad editorial
Es allí en donde la objetividad de cada una de las etiquetas del DSM comienza a tornarse un tanto difusa. Como dijo el periodista Victor Ego Ducrot, en su libro Intencionalidad Editorial: El sigilo y Nocturnidad de las prácticas periodísticas hegemónicas: una de las claves para desenmascarar una engañosa y proclamada objetividad de un medio periodístico reside en tratar de identificar un error deliberado. Aquel que permite a un discurso de clase o grupo convertirse finalmente en el discurso de todos.
Si se extrapola esto al DSM, un error difícil de pasar por alto radica en que según un estudio -publicado en una revista científica- casi el 70 por ciento de los expertos que delinearon el DSMIV tienen o han tenido vínculos laborales con la industria farmacéutica.
Industria que constituye un sector importante del poder económico capitalista. Según algunas consultoras, la actividad ha experimentado y experimentará un crecimiento sostenido en Argentina y en los restantes países latinoamericanos. Mientras tanto en los Estados Unidos aún se recuerda “casi a modo de hazaña” los 14.6 billones de dólares obtenidos gracias a la venta de antipsicóticos en 2009. También por supuesto los 9.9 billones de dólares recolectados a partir de norteamericanos con diagnósticos de depresión. Durante ese 2009, los medicamentos para tratar una psicosis fueron las drogas más prescriptas por los médicos en los Estados Unidos. Más que cualquier otro fármaco de venta bajo receta médica. Se vendieron como pan caliente.
Pero adjudicarle este superventas –en definitiva esta ideología consumista- solo a la lapicera de un médico de consultorio suena un tanto reduccionista y miope. Su otrora poder soberano también ha sufrido un duro disciplinamiento. No siempre es fácil escapar al rebaño, mucho menos resistir a la homogenización instaurada por el DSM.
  Imagen:  Flickr/ annrkiszt


Yo manipulo, tú manipulas
El poder psiquiátrico, de ahora en adelante poder farmacéutico, también ha introducido al médico en su panóptico. Se ha convertido con o sin proponérselo en un eslabón más de su circuito manipulatorio. Manipulado en tanto y en cuanto una institución con cierto prestigio y mayor poder en el ámbito de la psiquiatría mundial le construye el sentido de lo sano y lo enfermo. Manipulador, producto de la aún persistente obediencia debida de algunos pacientes a la receta médica.
Siguiendo algunos pasajes del libro compilado por Ducrot, podría afirmarse que el comprimido finalmente adquirido en una farmacia no es otra cosa que el resultado de una lucha de poder entre los distintos eslabones de un circuito manipulatorio. En este último combate intervienen los ya nombrados, pero se suman otros de característica diversa tales como: las instituciones sanitarias estatales y privadas, obras sociales, empresas de medicina prepaga, los medios de comunicación, los estamentos jurídicos, e incluso aquellos de índole laboral. Lo curioso es que en la actualidad todos los eslabones parecen estar motorizados por el combustible aportado por el DSMIV.
Omnipresente, siempre. Allá donde existe una política sanitaria, existe una justificación por medio de una estadística, facilitada gracias a la simple codificación que propone el manual. A la hora de cuestiones mas cotidianas como por ejemplo cobrar una consulta, el profesional muchas veces no tiene otra opción que colocar el diagnostico en formato DSM si desea que alguna prepaga finalmente se la abone. En el ámbito de los medios de comunicación, se recrean específicamente los descriptores de trastornos incluidos en el manual y se influye en los consumidores por medio de publicidades directas o en su defecto indirectas. Por último, las fojas de causas judiciales y los certificados de discapacidad laboral también han demostrado permeabilidad.
Constituye entonces el DSM, por supuesto siempre bajo el velo de una supuesta cientificidad, ni más ni menos que un fenómeno de control social. Cuenta con la vocación de ejercer una influencia sistemática sobre la opinión pública y las conductas de masas. Enunciado que nos remonta a la definición de propaganda. El manual no es otra cosa que un instrumento de persuasión que busca el consenso. Pero el gran poder económico acumulado por el sector farmacéutico -emisor en este caso del mensaje- aborta toda posibilidad de acuerdo y deja al DSM el camino libre hacia la imposición.
Como toda propaganda exitosa, el DSM lamentablemente ha servido para simplificar el concepto de los trastornos mentales. Ha sentado con énfasis las bases de los trastornos en el sujeto, sin reparar demasiado en la compleja trama social que moldean la génesis de un problema de salud mental. También ha logrado incrementar las ganancias de la industria farmacéutica por medio de la exageración y desfiguración de comportamientos considerados normales con anterioridad. El resto no fue otra cosa que orquestación, transfusión, unanimidad y contagio.

                                                                    Imagen:Flickr

Quiero un poco más
Pero lejos está de quedar satisfecho el poder farmacéutico. Siempre tiene lugar para más. Es así que a principios de este año anunciaron que para el próximo 2013 han logrado fabricar tres nuevas etiquetas para el aún en construcción DSMV. Tome asiento por favor: la tristeza, la timidez y la rebeldía serán considerados trastornos mentales pasibles de medicalización.
Por eso este texto no en vano iniciaba su recorrido con el recuerdo de los rebeldes indígenas zapatistas y la represión instaurada por el estado mexicano. Luego de leer la noticia de las etiquetas y sin ser adepto a la ciencia ficción, me los imaginaba, ya no como ese 2 de enero de 1994, masacrados por las balas militares al costado del mercado municipal de la ciudad mexicana de Ocosingo. Sino como personas dóciles y dormidas por algún fármaco novedoso. Especies de zombis dispuestos a cumplir- siempre con los pies descalzos, disciplinados y sin rezongos- una nueva condena al olvido por parte de un Tratado de Libre Comercio con países del norte. Ojalá me equivoque, pero al igual que le ocurrió a Foucault, debo decir que en ninguna divisé mayor humanismo que en otra. Las dos por igual me resultaron brutales.
Tuve luego tiempo para reparar en el Trastorno Oposicional desafiante del DSMV, ni más ni menos que el nombre ya reservado para a la rebeldía. Incluía a cualquiera que se haya sentido enojado, irritable, vengativo, pero también desafiante o argumentativo frente a la autoridad, durante al menos seis meses consecutivos. Un psiquiatra por Internet recomendaba tratar a niños y adultos con ritalina.
Intenté explicar porque el tratamiento farmacológico precoz y silente de niños considerados rebeldes me traía reminiscencias de épocas terribles de la dictadura militar argentina. Mas precisamente me recordaba al robo sistemático de bebes durante el oscuro proceso. Pensé luego en Choque y Rodríguez, muertos por la represión del estado en plena democracia. También en los mas de 500 años de argumentos nunca escuchados de los zapatistas.

Aún no pude ponerme a reflexionar si durante más de seis meses estuve irritable o desafiante. Prefiero en cambio escuchar cada vez que puedo el “Todos somos Marcos” del 2001 en el Zócalo del DF mexicano. También porqué no constatar como un petitorio en contra del lanzamiento del DSMV en pocos meses acumula más de 20.000 firmas en todo el mundo. Me parecen destellos luminosos de contrahegemonía. Ni más ni menos que diagnósticos saludables de rebeldía.